Cuando uno sale hacia la cordillera por la RN 259 desde la ciudad chubutense de Trevelin, a los 12 kilómetros de viaje cree haber llegado de repente a Holanda: aparece un rectángulo de tres hectáreas alfombrado de tulipanes de 27 colores, 2,3 millones de bulbos plantados por Juan Ledesma -un pelirrojo descendiente de galeses- y su esposa Silvia Aimaro, tucumana.
Es una plantación hecha para vender los bulbos -las flores se tiran luego de la cosecha- pero al mismo tiempo los Ledesma crean cada año el jardín más hermoso de la Argentina, un lujo que se da este matrimonio con su casa a 100 metros de la plantación.
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Ya desde la ruta, esa cinta multicolor al pie de una montaña nevada quita el aliento. Uno se detiene a mirarla en perspectiva y la calma inicial deviene en desesperación por ir a ver en primer plano.
En el campo de tulipanes se cobra una entrada moderada y uno camina por un sendero autoguiado entre las flores, con tiempo para experimentar fotográficamente, algo que los adictos a las selfies explotan hasta el paroxismo. El idilio florido dura cuatro semanas mágicas y hay tulipanes Triumph y Darwin. Florecen a comienzos de octubre y en la primera semana de noviembre cortan la flor para que se forme el bulbo, cosechado a mano en verano.
Algunos visitantes caminan, otros simplemente se sientan en el suelo en actitud de contemplación zen. Y hay quien llega con su dron. Pero hay que venir aquí precavidos: está demostrado históricamente que la belleza de los tulipanes puede llevar a la locura.
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La historia de los tulipanes
Los tulipanes son originarios de Turquía y entraron a los Países Bajos desde el Imperio Otomano en 1559, donde adornaban trajes de los sultanes. Y desde allí se desperdigaron con los navegantes por todo el planeta. Hacia 1620 los holandeses vivieron un idilio desenfrenado con esta flor: desarrollaron un fanatismo de coleccionista por sus diferentes variedades que hizo subir el precio de los bulbos de manera astronómica.
La llegada de un virus mutó a ciertas plantas, generándose tulipanes multicolores únicos que todos quisieron tener en exclusividad. En cierto momento, las personas comenzaron a ahorrar en tulipanes. Un bulbo de esas rarezas bicolor de la variedad Semper Augustus, se llegó a intercambiar por una mansión en el centro de Ámsterdam en 1635. Y un bulbo más común se vendía por 1000 florines cuando un sueldo promedio era de 150 florines.
Esta tulipomanía generó notas de crédito en un mercado a futuro de bulbos sin florecer. Así, una de las primeras burbujas económicas de la historia, comenzó a inflarse al límite.
Cierto día, alguien dijo “yo no pago tanto por un tulipán” y rechazó una oferta. Luego, algún otro dijo “yo tampoco”. La pompa especulativa explotó y los precios se desbarrancaron generando la histeria opuesta: ya nadie quiso comprar y todos se desesperaban por vender. Esto generó bancarrotas en serie -hubo quien lo perdió casi todo- y el episodio se estudia hoy en los manuales de economía antigua. A esta clase de locura -se le advierte a nuestros lectores- se expone cualquier viajero que en los años subsiguientes, se dé una vuelta por Trevelin y ceda desde la ruta, al canto de sirena de los tulipanes, la imagen más colorida de toda la Patagonia.
Fuente: Weekend