*Por Raúl "Bigote" Acosta
No es cuestión de números, pero los números mandan. No es cuestión de sensaciones, pero las sensaciones afectan. Ha pasado un tiempo, para algunos mucho tiempo, y uno siente que el modo en el que estamos no terminará mañana. No es una sensación agradable. La peste en mi pago nos tiene enojados y muy enojados.
¿Cuál es el modo? El "modo coronavirus" de esta vida cotidiana es adentro para todos y muy adentro para los mayores / mayores como quien esto firma.
Ya es tiempo que sepamos, que sepamos / confesemos abiertamente que en la cuarentena no son iguales las funciones fisiológicas, todas - todas y cuando digo todas es, para que se entienda: todas. Ha cambiado nuestro sueño, nuestro despertar, nuestra alimentación y las tripas o la córnea reciben mensajes diferentes de esa computadora independiente que es nuestro cuerpo y sobre el que, convengamos, es poco lo que podemos hacer con nuestras órdenes emanadas de la fina corteza cerebral porque se ha comprobado: no alcanzan.
Centro Termoregulador del Hipotálamo y esfínteres de músculo liso. Disparadores de la memoria, arcón de los recuerdos. Uff. Todo se acomoda a la impertinencia del almanaque sorpresivo que cambió los ciclos previstos. Los históricos. Los automáticos.
No es difícil entender que en un sitio allá, en el cerebro profundo, el que verdaderamente cuida el organismo, se definen cosas sin consultarnos. La micción no es la misma. Cambió la sed, el tránsito intestinal, la agitación en el pecho y el deseo. Hasta reputados periodistas se han visto obligados a escribir páginas sobre sexo virtual. Pocos sienten remilgos por algo que era casi / casi de las páginas del off de los secretos personales.
Dentro de algunos años alguien proveerá un ensayo construido con relatos individuales colectados, y las respectivas y atrevidas conclusiones indicando que hay un modo diferente, en el que los recuerdos se vuelven realidad y que, en el encierro, algo de eso pasa. No somos los mismos. Deberíamos volver sobre esto, sobre el cambio.
Ya no es el caso, estudiado y aceptado, que en cada relato uno redefine aquello sobre lo que habla (relata) y que al hacerlo en todos los casos lo rehace. Eso, digamos, como el juego traducción / traición ya está. Punto. Antes de la peste era así, sigue así, nada indica que relatar y relatar no es alterar y re inventar el ayer. Alguien advertirá, en estos días, algo que todavía no ha terminado. El retorno de la melancolía, de la indulgencia, de la irreverencia, de la suelta de palomas, de decir por medios antinaturales lo que no se dijo cara a cara y todo lo que no sea cara a cara es antinatural. Sesudos personajes con su placard lleno de cuestiones así, escondidas, que de repente estallan. Otras que se toman como naturales y nadie cree que un secreto sea un horror y contarlo una caída, un yerro, una aflojada del alma y, mucho menos, una confesión. En estos tiempos de la peste, en mi pago, todo es bueno y forma parte de la coraza, de la vacuna, de la sábana que nos cubre porque sabemos, claramente sabemos que estamos desnudos ante el miedo, el horror y el desvarío. Alguien se morirá, pero no seremos nosotros.
El 3 de marzo en Argentina un caso fue público. Había llegado la peste, El lunes 16 de marzo nos despedimos los de la peña de cartas y comida de los lunes y allí el pacto no escrito fue no sabemos nada. Dos palabras deberían definirnos en estos días. No se. En todo caso lo conocido. Solo sé que no se nada. El 20 de marzo el gobierno dijo la palabrita: Cuarentena.
Volvamos sobre el cambio en el relato, en la mirada, en la retrospectiva, en la pulsión de los que escribimos y hablamos para los demás. Se dispararon dos cosas.
La primera las citas citables y el encomillado. Escribimos con el miedo, la medalla y la argucia de citar. Balbuceamos y lo vestimos con los retazos de alguien a quien tal vez no leímos convenientemente y que, por sus medallas, inviste de amapola y jazmín, hace florecer lo que ponemos de nuestra parte. Tenemos miedo, vergüenza, escondida y reconocida impotencia para que sea nuestro propio pensamiento el que se muestre y ése será el motivo, cuando esto amaine, de un generoso ensayo por alguien capacitado. Qué pensamientos escondidos, reales, qué calidad, hasta donde calaron, hasta qué hueso llegaron los miedos en el uso de la palabra y la mirada hacia el ayer y lo básico: la ignorancia completa del porvenir. Obligados a mostrarnos no advertimos que a poco se caiga la sábana y nos mostremos como estamos, desnudos de seguridades y certidumbres, alguien deconstruirá los textos para construir el esqueleto. El ensayo enfocará al punto: "esto pensaban mientras la peste estaba sobre sus cabezas, iluminándolos de oscuridades y fantasmas de sus placares".
La segunda cosa que ha disparado la pandemia en estos pagos es la diferenciación entre comprar / vender y comer. No lo decimos abiertamente pero participamos- Se revuelven Calvino y Lutero, Weber, el vivillo de la ética protestante y, de hecho, Carlitos Marx, Don Segismundo, el vienés del diván, y el gordito Lacán. Y todos los colados en la fiesta.
Comprar, vender, comer (implícito: vivir) pone en contradicción el escondite de los maravedíes, el trabajo esclavo, la economía subterránea y el barco de los Argonautas. Centrales y periféricos, emergentes y enclaves industriales. El sudor y las necesidades fisiológicas en la cueva. No sabemos cómo salir de la contradicción y de hecho, puesto en opinólogo aventuro: no salimos bien. Los que sobrevivan saldrán mal. Ojalá esté para repetirlo. De una calamidad nadie sale mejor. Salir es el punto.
Pero puestos a enojarnos mucho y muy mucho me dejan en esa situación: impotente y enojado, los que intentan explicarlo con un retorno a lo que fuimos. Ensayan y ensayan con textos y textos sobre lo que dicen los augures, los gobernantes y las estadísticas.
Chicos, no hay estadísticas del mañana. Ni seguridades. El coronavirus es un principio de incertidumbre espantado y a la deriva. Caramba, se olvidan que somos un mutante, un canto rodado, que ni el idioma ni el tercer molar se quedan quietos...
Puestos a citar no desearía quedarme fuera. "Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte...contemplando, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte... tan callando; cuán presto se va el placer; cómo después de acordado...da dolor; cómo a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado...fue mejor". Los puntos suspensivos son para respetar esa "rima de pie quebrado" Cuando el autor lo escribió (por allá, por el 1400, dolorido ante una muerte – 11 de noviembre de 1476- muerte del padre de Jorge Manrique, siglo XV) es obvio pero lo advierto, ya hablaba del ayer. Vaticinar el porvenir me pone enojado y muy enojado. Tal vez sea el miedo, tan hermano de la ignorancia. Ambos me pertenecen. En ninguno de los dos sustantivos estoy solo, si es que miedo e ignorancia pueden sustantivarse en mitad de la peste en mi pago.