Si sólo atendiéramos al hambre fisiológico, comeríamos muy pocas veces al día. Los nutricionistas coinciden en que las elecciones de la comida no son siempre racionales, sino que existe un fuerte vínculo entre las emociones y la alimentación.
“El hambre emocional se produce cuando comemos como una respuesta a la ansiedad, la depresión, la ira y la soledad. Aunque también comemos sin ganas reales en situaciones alegres o de festejo, como en eventos, cumpleaños o festividades”, explica la licenciada en Nutrición Cecilia Martinelli (M.N. 3.447) a Con Bienestar.
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Es fundamental que comprendamos que la alimentación puede aparentar ser una solución temporal para manejar las emociones, sin embargo, las consecuencias a largo plazo pueden ser perjudiciales. Los cientificos explican el comer emocional como un concepto que deriva de la teoría psicosomática proveniente del psicoanálisis. Tiene que ver con el instinto primitivo de buscar placer para evitar el dolor que podemos padecer en todos los aspectos de la vida.
Algunas recomendaciones para calmar el hambre emocional para poner en práctica son:
- Planificar qué se va a comer y servir la porción justa en el plato.
- Comer despacio y con calma.
- Masticar bien e ingerir pequeños bocados mientras se toma conciencia de la textura, temperatura, consistencia y sabores.
- Evitar las distracciones mientras se come, tales como mirar la televisión, trabajar en la computadora o mirar el celular.
- Crear un ambiente en el que los estímulos para comer estén controlados. Esto incluye no dejar cerca los alimentos tentadores y ubicarlos en lugares de difícil acceso.
- Detenerse durante la comida y preguntarse si todavía se siente hambre. No hace falta terminar el plato.
“Aprender a frenar y detenerse es fundamental en este aprendizaje”, señala la nutricionista. Con estas estrategias, estamos un paso más cerca de tomar el control de nuestro apetito y de no terminar presos de nuestras emociones a través de la comida.