Al jefe de Gabinete lo esperan más de 800 preguntas de la oposición. Perfil bajo y confianza en la estrategia de la polarización.

 

Marcos Peña terminó de entender en estos días que no está a salvo del pronunciado resbalón de Mauricio Macri y de la mayoría de los dirigentes del oficialismo en las encuestas.

Según los números que recibió, y que el jefe de Gabinete desmenuza con fruición cada semana, su imagen negativa, que ronda el 50%, dobla la positiva. Hace un año era casi al revés.

Peña ni se inmuta. A sus colaboradores les cuesta verlo preocupado, a pesar del mal humor social, la crisis económica y la fragilidad por la que atraviesa el Gobierno y que buena parte del sistema político, incluso del PRO, le achaca. "Es un personaje muy complejo", lo explica un consultor de la política que lo frecuenta desde hace tiempo. En su reciente festejo de cumpleaños, en la casa que alquiló para el verano en un country de Pilar, casi no hubo funcionarios.

Abocado de lleno a su función de jefe de campaña, el rol más cómodo en el que se reconoce, el jefe de ministros volverá esta semana al Senado a exponer su informe mensual, el primero del 2019 y una de sus pocas presencias por el impacto de las elecciones en la actividad parlamentaria. Lo esperan más de 800 preguntas, una cifra bastante más alta que la habitual: el anterior informe de la Cámara alta tuvo menos de 600.

La última vez que Peña visitó el Congreso para dar explicaciones fue en los primeros días de octubre pasado, en Diputados. Mesurado, casi no hizo mención al programa económico del Gobierno, a diferencia de sus anteriores presentaciones, que ya empezaba a mostrar sus peores resultados. Se enfocó en la agenda de Seguridad. No contestó ninguna de las críticas de la oposición, en especial del bloque K, que pedía rehacer el proyecto de Presupuesto que se negociaba entonces en ambas cámaras.

Dos meses antes, en agosto, el jefe de ministros sí se mostraba todavía mucho más enérgico. "No se ponga nervioso, (Rodolfo) Tailhade", chicaneaba, por caso, al diputado de Unidad Ciudadana, horas después de que el juez Claudio Bonadio dispusiera las primeras medidas de prueba en la causa de los cuadernos, una radiografía del esquema de corrupción de la anterior gestión.

En septiembre del 2018, el funcionario más influyente y decisivo de la administración de Cambiemos se vio obligado a bajar el perfil, amenazado por las crecientes tensiones internas, la crisis cambiaria y las críticas del círculo rojo al estilo de liderazgo de Macri.

Dejó la vocería del Gobierno en manos del resto de los ministros después de las enérgicas deliberaciones en la quinta de Olivos en las que la coalición oficial crujió al borde de la ruptura, en aquel fin de semana que dinamitó a Cambiemos.