La primera intención era evitar los tóxicos que contiene el tabaco por lo que en 2003 un farmacéutico chino inventó el cigarrillo electrónico. Estos dispositivos están hechos de acero inoxidable, tienen una cámara con un líquido que puede o no contener nicotina en diferentes concentraciones -hasta 36 miligramos- y son alimentados por una batería recargable.

Su uso se extendió a Europa y América y a pesar de que existen numerosos modelos, el funcionamiento es el mismo: al inhalar, se calienta el líquido y se produce un vapor que es el que inhala el fumador.

Lo cierto es que, a la hora de su consumo, presentan desventajas asociadas a la seguridad, a la eficacia para contribuir a la cesación y a la interferencia para controlar el tabaco.

Las pruebas

Según datos de la 4° Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (ENFR) realizada en 2018, por primera vez se relevó la prevalencia de consumo de cigarrillo electrónico en el país: el 1,1 por ciento de la población manifestó consumirlo, y este porcentaje solo representa en adultos mayores de 18 años. Si bien es significativamente más baja que la que se observa en otros países del mundo, nos pone en estado de alerta porque este dispositivo no puede ser considerado inofensivo.

En un comunicado de prensa de septiembre del 2008, la Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que no considera que los cigarrillos electrónicos sean un tratamiento legítimo para quienes están tratando de dejar de fumar.

Según revela la ANMAT, los aerosoles del cigarrillo electrónico contienen tóxicos y compuestos cancerígenos, metales pesados como el cromo, plomo y níquel, siendo éste último más elevado que los detectados en el humo de los cigarrillos convencionales.

A pesar de que muchos fumadores manifiestan que empezaron a consumir el cigarrillo electrónico como alternativa para iniciar un tratamiento de cesación tabáquica, hasta la fecha, no existen evidencias científicas de su eficacia y seguridad.

Desde el vamos

La nicotina es adictiva. Por lo tanto, reemplazar un cigarrillo de tabaco por uno electrónico –que también tiene nicotina- no evita los riesgos de adicción. Además, al simular el acto de fumar, el cigarrillo electrónico no contribuye a que los fumadores abandonen el componente psicológico del consumo de tabaco.

La absorción de la nicotina por vía pulmonar (a diferencia de los parches u otros medicamentos de sustitución nicotínica) genera en el fumador la rápida captación de nicotina en el cerebro con la consecuente sensación de placer similar a la que produce el cigarrillo común. Por otra parte, el cigarrillo común se acaba luego de unas 10 pitadas, mientras que el cigarrillo electrónico, en cambio, puede usarse para fumar muchísimas pitadas con el riesgo potencial de intoxicación por nicotina.

En un comunicado de prensa de septiembre del 2008, la Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que no considera que los cigarrillos electrónicos sean un tratamiento legítimo para quienes están tratando de dejar de fumar.

¿Y entonces?

Para dejar de fumar uno de los métodos más efectivos es la utilización de la terapia de reemplazo con nicotina terapéutica, como un paso previo al abandono definitivo del tabaco. El uso de sustitutos de nicotina en sus distintos formatos como parches o chicles duplica o hasta triplica el porcentaje de éxito de cualquier intervención para dejar de fumar.

La terapia de reemplazo con nicotina terapéutica controla los síntomas del síndrome de abstinencia, actuando directo sobre los receptores de nicotina del cerebro y sin producir los efectos negativos del cigarrillo o el cigarrillo electrónico en el organismo.

(*) El doctor Guillermo Espinosa es especialista en Medicina Familiar y se desempeña como Presidente de la Asociación Argentina de Tabacología (ASAT).