La disputa por el multimillonario legado de Bartolo Martín Zarich, un productor agropecuario que murió sin descendencia en la zona de Casilda hace seis años, es la típica historia de comarca que contiene la sal de los dramas y las farsas universales. Una trama en la que ambición, amistad, trampa, interés y sentimiento se entreveran en pinceladas tan torrenciales como oscuras a medida que se hacen oir las voces de la historia. Lo que asoma es una pulseada judicial que se libra hace meses porque dos personas se dicen los herederos legítimos del anciano viudo que no dejó hijos pero sí un patrimonio suculento que supera largamente el millón de dólares, es decir, más de 42 millones de pesos. Pero debajo de la batalla que se dirime en Tribunales hay más cosas.
Bartolo era un hombre que vivió con aspecto humilde en medio de gran prosperidad económica. Ese desahogo le venía de unas 160 hectáreas de campo en la localidad de Los Molinos, a quince kilómetros de Casilda, que trabajó él mismo durante sus años mozos y que al entrar la vejez había cedido a un arrendatario. En el último tramo de su vida estuvo al cuidado de una familia de apellido Zuchetti con quien había mantenido una amistad.
El último paso
Al declinar su salud los Zuchetti estuvieron muy cerca suyo. Recibieron al cabo de la última etapa algunos bienes donados por Bartolo. Quien decidió en vida dejar la totalidad de su patrimonio como único heredero a Pedro Zuchetti, el jefe de la familia, mediante un testamento formalizado con una escritura pública ante un escribano de Arequito, en presencia de tres testigos.
El 31 de agosto de 2013 fue el último día de vida de Bartolo. Poco tiempo después una abogada de los Zuchetti se llegó a un juzgado civil de Casilda para iniciar un juicio sucesorio con el testamento inscripto. Cuando esta letrada fue a buscar el expediente inicial se llevó una sorpresa. Tres horas después de que acudiera a iniciar el trámite se había presentado en el mismo juzgado otro testamento, por lo que el empleado de mesa de entrada le dijo: "Hay otro heredero". La mujer lo miró perpleja. "Al ratito que vos te fuiste vino alguien y empezó otro trámite sucesorio", le comentó.
El que comparecía como sucesor de la fortuna de Bartolo no era conocido en la zona. Un tal Juan Carlos Gómez, domiciliado en el centro de Rosario, que había presentado un testamento en sobre cerrado, donde el viejo colono hacía constar con su firma, clavada frente a cinco testigos con nombre y documento, que le dejaba todo.
Todo era muy extraño. ¿Cómo sabía Gómez que era el beneficiario de un legado millonario cuando el sobre estaba cerrado? Como el testimonio no cumplía las formalidades de ley hubo una denuncia penal. Ahí saltó todo lo de apariencia irregular. Los testigos no eran de Casilda ni conocían a Zarich ni a Gómez. Tres pericias caligráficas además dictaminaron que la firma de Bartolo era falsa.