Viajar y recorrer el mundo es uno de los mayores anhelos entre las nuevas generaciones. Más allá del relax y la diversión que el turismo ofrece, también es cierto que genera grandes beneficios para la salud. No importa que lo hagamos solos, con amigos o incluso con nuestra mascota, varias investigaciones afirman que viajar reduce el estrés, la ansiedad y el riesgo de un ataque al corazón. Pero más allá de esto, los cambios también se dan en nuestra mente, ya que nos cambia como personas y nos ayuda a superarnos en varios sentidos. Es por eso que en el Día Mundial del Turismo consideramos que vale la pena desentrañar todo lo positivo que implica armar las valijas de vez en cuando.

Más resolutivo: caminar por calles desconocidas o comunicarse con personas que no hablan nuestro idioma, viajar también implica salir de nuestra zona de confort y tener que lidiar con situaciones que no habíamos previsto o experimentado antes. Durante nuestra travesía probablemente vivamos más de una situación así, por lo que nos veremos obligados a tomar decisiones y resolver problemas de forma rápida, lo que a la larga obviamente influirá en nuestra forma de ser.

Mejores habilidades comunicativas: visitar un lugar diferente también nos brinda la oportunidad de conocer gente nueva. Ya sea por necesidad, curiosidad o simplemente por ganas de hablar, tarde o temprano vamos a tener que entablar contacto con alguien y superar las barreras culturales y lingüísticas que pueda haber. Nuestras habilidades sociales se van a poner a prueba y seguramente aprendamos algo importante sobre cómo socializar con los demás; incluso podemos hacer algún amigo nuevo.

Ampliar los horizontes: podríamos decir que viajar nos ayuda a descubrir nuevos mundos, y no estamos hablando solo de un plano físico, sino también cultural y social. Para muchos, visitar otros países es la mejor forma de demoler estereotipos y prejuicios, ya que conoceremos nuevas personas y costumbres. En cierta medida, aprenderemos a ver el mundo desde su punto de vista, lo que indefectiblemente influirá en nuestra forma de ver las cosas.

Aprendizaje constante: un viaje implica vivir experiencias nuevas en un entorno diferente al que estamos acostumbrados. Día a día descubriremos algo nuevo que iremos sumando a nuestro saber. Viajar no es solo relax y diversión, sino que también es aprender sobre otra sociedad, cultura, religión, sistema económico, etc.

Conocerse a sí mismo: alejarnos de nuestro entorno diario y adentrarnos en uno distinto puede ser muy motivante para reflexionar y asumir nuevas perspectivas sobre quiénes somos y qué queremos en la vida. Esto nos puede llevar a replantearnos muchas cosas y descubrir nuevas facetas de nuestra personalidad, que pueden derivar en un cambio radical en el propio estilo de vida.

Combatir las inseguridades: un viaje es una excelente oportunidad de para enfrentar los miedos. Ir a un lugar desconocido seguramente despertará alguna inseguridad o temor (“no me animo a ir solo”, “me puede pasar algo”, etc.), pero al reconocerla y asumirla también podemos lidiar con ella y superarla. Exponernos a los miedos es la mejor forma de vencerlos.

Mayor felicidad: soñar con un destino nuevo, decidir conocerlo, planificar el viaje y finalmente llegar allí. Todo un proceso para lograr un objetivo específico. A eso hay que sumarle que al viajar nos olvidamos de las preocupaciones diarias, de la rutina agobiante y las obligaciones laborales y familiares. Por unos días pasamos a vivir en un estado de constante descubrimiento y aprendizaje, donde realizamos actividades que nos atraen y de paso nos relacionamos con personas nuevas, muchas veces de diferentes culturas. No es de extrañar que todo esto derive en una mayor segregación de endorfinas, mejor conocida como la hormona de la felicidad. Un combo perfecto que consolida nuestro bienestar personal.