La propuesta del candidato del Frente de Todos de construir un futuro feliz gracias al ahorro de los intereses de las Leliqs genera dudas incluso entre economistas que son sus interlocutores habituales.

El jueves pasado, en el estadio de Lanús, Alberto Fernandez, el candidato favorito para suceder a Mauricio Macri, desafió: “Cuando uno dice todas estas cosas, siempre hay uno -¡siempre hay uno, ¿eh?!- que me pregunta: ¿de dónde vas a sacar la plata para hacer esto?”. En la grabación de ese discurso se escuchan risas, como si esa pregunta fuera un absurdo. El candidato, entonces, responde, levantando el tono: “Voy a sacar la plata de dejar de pagar los intereses de la usura que se llevan los bancos con las Leliqs. ¡¡¡De ahí voy a sacar la plata!!! ¡¡De ahí!! ¡¡¡Y de ahí vamos a hacer que los jubilados tengan todo el año sus medicamentos como corresponde!!!. De ahí!!! Y vamos a dejar de pagarle a los usureros para que todos los maestros tengan un salario digno. Y vamos a dejar de pagarle a los usureros para que todos los trabajadores tengan paritaria año a año”.

Naturalmente, el auditorio aplaudía a rabiar. ¿Cómo no va a ser justo quitarle plata a los bancos para repartirla entre los jubilados? ¿Cómo pudo ser que no se le ocurrió antes a nadie poner en práctica ese elemental mecanismo para resolver los principales problemas de la Argentina? Si la felicidad está al alcance de la mano, ¿cómo es que nadie estiró el brazo y la esparció por el país? Existen dos respuestas posibles a esta pregunta. Una se relaciona con la maldad, o la complicidad con los bancos, del actual Gobierno. Según este punto de vista, Mauricio Macri subió los intereses de las Leliqs solo porque prefiere los bancos a los jubilados y eso se reparará con la mera llegada de Fernández al poder. Una segunda teoría, en cambio, sostiene que las cosas no serán tan sencillas como las plantea el candidato peronista y que, tal vez, sería necesario que medie un proceso de análisis antes de llevar a la práctica las consignas de campaña. por exitosa que esta fuera.

Hay un antecedente reciente que sirve para entender esto último. En 2015, un sector importante de la sociedad argentina estaba fastidiado con el control de capitales impuesto por Cristina Kirchner. La economía no crecía, entre otras razones, por ese cepo. Fernández, en esta campaña, lo definió como “trabar una puerta giratoria: la plata no se va pero tampoco entra”. Macri propuso algo sencillo: el día que asumiera eliminaría todos los controles de capital, cada uno compraría los dólares que quisiera. Parecía razonable. Muchas personas le advirtieron que eso provocaría una devaluación y un fuerte aumento de precios. Macri subestimó todos esos consejos. Hasta hoy, la Argentina está pagando el zafarrancho desatado el día en que un feliz y petulante Alfonso Prat Gay apretó el botoncito. En un país con pocos dólares, permitir la fuga no parece lo más sensato. El cepo era la respuesta a la escasez de divisas: eliminarlo sin resolver sus causas provocó un desastre.

Mauricio Macri en un acto en Bahía Blanca (Télam)

Mauricio Macri en un acto en Bahía Blanca (Télam)

La propuesta de Fernández de construir un futuro feliz gracias al ahorro de los intereses de las Leliqs genera dudas incluso entre economistas que son sus interlocutores habituales. Algunos sostienen que esas letras tienen intereses altísimos para evitar que sus poseedores se desprendan de ellas y con los pesos compren dólares y entonces el dólar se dispare con los efectos conocidos. Otros recuerdan que hay un problema técnico en la propuesta. Los intereses de las Leliqs figuran en los libros de los bancos pero no han sido cobrados. Eso quiere decir que si se dejan de pagar, no queda un dinero libre para destinarlo a otra cosa. Otros postulan que esas letras respaldan gran parte de los depósitos de ahorristas y que si se toman medidas radicales el sistema bancario puede sufrir una quiebra rápidamente. Demasiadas preguntas.

En todo caso, la experiencia de 2015 debería servir como advertencia para 2019. Hace cuatro años, el actual Presidente estaba convencido de que su llegada al poder generaría una confianza equivalente a la desconfianza que provocaba Cristina Kirchner. Entonces, si abría el cepo, serían más los dólares que llegarían que los fugados. No ocurrió. El cepo era parte de un mecanismo que funcionaba mal pero, en ese contexto, era necesario. Si no se desmontaba con cuidado todo el mecanismo, la eliminación del cepo traería males mayores. Con los intereses de las Leliqs tal vez ocurra algo similar. Fernández tiene razón en cuestionar la trampa que armó el Gobierno en estos cuatro años. Pero, en el marco de esa trampa, cada vez que baja la tasa sube el dólar. Si no desarma el campo minado antes de bajar los intereses, puede que se encuentre con sorpresas más desagradables que Macri.

En 2015, el equipo de Macri se negaba sistemáticamente a responder las preguntas obvias que surgían de gente que creía en la dirección que intentaba imprimir a la economía pero le parecían muy riesgosos sus métodos. El reciente libro de Carlos Melconian contiene una crónica muy detallada del asunto. ¿Por qué liberar el cepo de golpe? ¿Cómo puede ser que pronosticaran 24 por ciento de inflación en 2016 cuando había sido esa la inflación de 2015 pero ellos le agregaban aumento de tarifas y devaluación? ¿No era peligroso ser el principal país tomador de deuda del mundo? ¿Cómo podía ser que el ministro de Energía no consultara con el de Economía montos y cantidades de los aumentos tarifarios? La autosuficiencia con que se respondía a esos planteos hoy no puede menos que generar horror. Pero así sucede cuando los políticos están en la cima: creen demasiado en sí mismos.

Banco Central. (AFP)

Banco Central. (AFP)

La pregunta de la que se burlaron los asistentes al acto de Fernández quizá sea la principal pregunta que debería atormentar a quien probablemente sea el futuro presidente. Si la Argentina está sobrendeudada, es deficitaria, nadie le presta un peso, si Fernández además quiere lograr rápidamente el superávit fiscal, ¿de dónde sacará el dinero? Tal vez tenga razón: solo se trata de decidir que, a partir de los siguientes vencimientos, las Leliqs pagarán un 40 por ciento anual. ¿Será tan sencillo? ¿No ocurrirá, una vez más, como en 2015, aun con una mirada integral que se dirige en sentido opuesto, que una medida simpática termina agravando la situación? ¿No habrá alguna relación entre tasa de interés, dólar, inflación, pobreza? Si el optimismo de Macri llevó donde llevó, ¿no sería inteligente aplicar el pesimismo como método, analizar los peores escenarios posibles adonde puede llevar cada medida, ser excesivamente prudentes en cada movimiento, estar atentos ante cada señalamiento de eventuales inconsistencias? ¿O solo se trata de un recurso demagógico, apenas una mentira para para ganar votos?

En otras palabras, cuantas más personas pregunten sobre respuestas poco sólidas, y cuanto más abierto sea el Gobierno a incorporar esas preguntas como advertencias, quizás tenga menos posibilidad de profundizar la crisis actual. En esa actitud -abierta o cerrada, autocomplaciente o autocrítica- se jugará su propia supervivencia, y la de millones de personas.

Los dilemas que enfrentará el próximo presidente serán cientos y todos muy difíciles de responder. Cualquiera que asuma pretende desarrollar Vaca Muerta. Pero las petroleras exigen un precio alto para su producto. Si se congelan los combustibles, frenan las inversiones y, además, desabastecen al país. Si se liberan, la inflación dará un salto. Todos los días siguen cayendo las reservas del Banco Central. Si se libera el actual cepo, será peor. Si se lo acentúa, la economía no se moverá. Los bancos cobran muchos intereses, pero la pelea contra ellos tal vez dispare más desconfianza y con ello más problemas. Los pilotos de Aerolíneas pretenden mejores sueldos y la defensa de la línea de bandera. Pero millones de argentinos viajan más barato por las low cost. Uber terceriza y es ilegal. Pero da trabajo. ¿Qué hacer en cada caso?

La economía argentina es un mecanismo de relojería que se traba por todos lados. Cada movimiento en un sentido desata una cadena de problemas en el resto del sistema.

El uruguayo José Mugica dijo que en la Argentina tiene que asumir Mandrake.

No será posible.

El próximo presidente, muy probablemente, se llame Fernández.

Hace cuatro años, Macri prometió lo que no podía cumplir. Tal vez mintió porque quería ganar. Tal vez no: simplemente ignoraba que sus propuestas provocarían tanto daño. O quizás combinó ambos métodos: la demagogia y la falta de solvencia técnica.

Todo eso se paga ahora.

Hay allí una moraleja muy clara para quien lo suceda.