En los últimos años se agravaron muchas patologías crónicas que no son contagiosas, ni heredables; que solo son producto de nuestros hábitos y el ambiente en el que vivimos. No por nada, los especialistas hoy hablan de “entorno obesogénico”. En consecuencia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras entidades mundiales, igual de respetadas y conocidas, las llaman enfermedades crónicas no transmisibles y dentro de ellas; una de las más graves es la obesidad.

No debemos olvidar que independientemente de sus implicancias estéticas (como se ve la persona y como la ve el entorno); la obesidad es una situación de riesgo grave para la salud por su condición; ya que genera un estado pro inflamatorio en nuestro organismo y por ende por su asociación con otras patologías graves; tales como hipertensión, insulinoresistencia, diabetes tipo 2, sarcopenia (pérdida de masa muscular), síndrome metabólico, infertilidad, algunos tipos de cáncer, patologías psicológicas que van desde falta de autoestima hasta la misma depresión y sus diferentes grados de severidad.

Cada vez tomamos peores decisiones como sociedad; un poco arrastrados y confundidos por la industria y otro poco por desconocimiento lógico y habitual. Para complicar la situación, en los últimos años aparecieron “movimientos en defensa de la imagen” que promueven la “normalidad” frente a una patología tan grave como la obesidad.

Respaldados en el respeto entre las personas se hicieron eco a nivel mundial, varios grupos que promueven la obesidad relacionándola con el “cuerpo real” que, como todo tiene dobles mensajes.

El lado positivo es que se promueve el respeto al prójimo, e incluso al auto respeto. Nada más loable que ese mensaje para que entendamos que no deberíamos estar ligados a una auto imposición de cuerpos promovidos por la industria. Los mal llamados “cuerpos perfectos”; aquellos que encajan con la estética promovida por nuestra exigente sociedad.

En busca de la supuesta perfección también estamos promoviendo trastornos de la nutrición como la bulimia y la anorexia que son tan graves como su prima hermana la obesidad.

El lado negativo radica en sugerir que el cuerpo obeso es sinónimo de “cuerpo real”; algo así como la contra partida de los cuerpos perfectos; que promueven los grupos que fomentan la estética.

Lo malo es que al asociar a la obesidad con “cuerpos reales” ocurren dos cosas:

  1. Por un lado, al hablar de real se esta fomentando, de forma indirecta, a normalizar una situación que, lejos del plano estético; no es saludable. Y no podemos hablar de que una situación que está ligada a tantas patologías crónicas como la obesidad, se normalice en nuestra sociedad. Insisto; debemos respetarla, pero no normalizarla. Debemos emplear todas las herramientas necesarias para mejorar la situación en la que actualmente se encuentra nuestra población mundial. No por la estética de la persona; si no por el impacto en su salud.
  2. Por otro lado, al decir que un cuerpo obeso es real, también estamos sugiriendo que una persona que no tiene obesidad inevitablemente tiene un cuerpo irreal y no siempre es así. Se puede lograr un cuerpo que no padezca un exceso de grasa a través de hábitos saludables. Es decir que esta persona también tendría un cuerpo muy real y saludable.

Como resumen; podría volver a aclarar que independientemente de la obsesión que tenemos con los rótulos “reales”, “perfectos” y “estéticos” este artículo no intenta enfocarse en la estética sino en el problema de la salud para nuestra población que representa la obesidad y en la mala elección de las palabras que hacemos a diario para referirnos a la estética de nuestra población. Es cierto que hablar de cuerpo perfecto es un error, pero lo mismo sucede cuando hablamos de cuerpos reales cuando nos referimos a la obesidad. Quizás, lo ideal sería que todos luchemos por fomentar cuerpos saludables sin abrir grietas estéticas entre nosotros.