Guillermo Mejías es español, tiene 30 años y convive con disfemia, el nombre científico de la tartamudez. De él nació la idea de aplicar esta terapia de neuromodulación. Cuando era estudiante de bioquímica, cuenta que leyó un trabajo que utilizaba con éxito la estimulación con corriente directa en 30 personas afectadas. "A raíz de este estudio, pensé que quizás con la estimulación magnética transcraneal, que es más efectiva, se podrían obtener mejores resultados", contó a El Mundo.

El primer día que vi a Guillermo se quedaba bloqueado casi continuamente, sin poder producir la palabra que quería.
Como primer paso, analizó "las diferencias entre personas con y sin tartamudez a nivel de excitabilidad cortical, de las zonas afectadas del cerebro" y después, comenzó la búsqueda de un especialista que tuviera una trayectoria comprobable es este tratamiento.

El neurofisiólogo Julio Prieto Montalvo era la persona indicada para avanzar con esta prueba. El Gregorio Marañón fue el primer hospital público que incorporó un estimulador magnético en España. "Cuando Guillermo se puso en contacto conmigo, vi una oportunidad para intentar un nuevo abordaje en algo en lo que prácticamente no hay tratamiento y que podría ayudar a mucha gente", recuerda.

La tartamudez

Es una alteración del ritmo del habla caracterizado por frecuentes repeticiones o prolongaciones de sonidos, sílabas o palabras. Comienza por lo general entre los 2 y 6 años de edad, de forma gradual, aunque su aparición puede ser repentina. "Sabes perfectamente lo que quieres decir, pero no puedes hacerlo -resume Guillermo y agrega- la tartamudez siempre se ha asociado a una persona insegura, nerviosa, inferior... Estamos estigmatizados". Algo que resalta es la respuesta social que viven como una presión: "Para pedir en un restaurante, para buscar trabajo o hablar con alguien que te gusta... Te condiciona la existencia. Esto en la adolescencia a veces causa una introversión muy fuerte. Conozco a gente que se ha recluido completamente, con depresión. Van destruyéndose y cada vez se anulan más y más".

En la actualidad, las personas con tartamudez representan el 1% de la población mundial, muchas de las cuales ven condicionada su vida por la dificultad para afrontar situaciones.

Investigaciones recientes en las áreas de la genética, neuroimagen y coordinación motora están demostrando que la tartamudez está causada por un problema de integración de los circuitos neurológicos, y no por componentes externos ni psicológicos.

"El primer día que vi a Guillermo se quedaba bloqueado casi continuamente, sin poder producir la palabra que quería. Ahora no le ocurre. Tiene algún momento en la verbalización que se prolonga, pero nada que ver con lo anterior", señala a El Mundo, Julio Prieto Montalvo, jefe de servicio de Neurofisiología del Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid y artífice de la terapia que le cambió la vida a Guillermo.

"Extrapolamos el protocolo del tratamiento para las afasias (trastornos del lenguaje) producidas por los ictus. Aplicamos 3 mil estímulos diarios con una alta frecuencia (10 hercios) durante 20 días", cuenta en neurofisiólogo. Los resultados en Guillermo fueron inmediatos y se difundieron en la revista Brain Stimulation, demostrando una significativa y revolucionaria mejoría en la fluidez del habla. "En las cinco primeras sesiones observamos una recuperación del 36 por ciento", aseguran.

El especialista del Gregorio Marañón resume que se prevé que el efecto sea temporal, por lo que habría que repetir el tratamiento con el paso del tiempo y agrega que el efecto es acumulativo, funciona más y mejor a base de repetición. A esto se suma otro factor: la retroalimentación. En palabras de Guillermo, "ganas en confianza, te relajas, te sientes mejor y se produce una especie de mejoría sostenida". El siguiente paso es demostrar este efecto positivo en un grupo más amplio de gente. "Probaremos con nuevos protocolos y en diferentes áreas del cerebro", concluye el neurofisiólogo Marañón.