Boris Johnson enfant terrible y encantador de serpientes.

Cocktail de Donald Trump, Carlos Menem, Jimmy Morales y una buena dosis de excentricidad británica culta y superficial labrada en Oxford. Enfant terrible de pelo siempre revuelto, encantador de serpientes que sedujo a muchos conservadores y británicos con una presunta naturalidad bufonesca y transgresora que va más allá de la política y el artificio. En el fondo todo es fake, construido y armado con el mismo ingenio y ligereza con que construyó y armó sus notas periodísticas desde Bruselas en los 90 o las verdades supuestamente irrefutables de sus “statements” políticos.

Como suele suceder, el patriota del Brexit, que quiere tomar examen de inglés a todos los extranjeros, nació en Nueva York y pasó buena parte de su infancia en el corazón de la Unión Europea, Bruselas. Con sagacidad de publicista, Alexander Boris de Pfeffel Johnson –"Al" para su familia- se despegó del Alexander por el que todos lo conocían y del impronunciable de Pfeffel para quedarse con el Boris que contribuyó a convertirlo en un artículo cotidiano de la política inglesa. Su biógrafa, y ex colega en el bureau del Daily Telegraph en Bruselas, Sonia Purnell, autora de "Just Boris", cuenta que Johnson consiguió el puesto de corresponsal a principios de los 90 gracias a una bien aceitada red de contactos e influencias después de que lo despidieran del The Times por inventar una cita en un artículo que atribuyó a su padrino, un académico de Oxford. Según Purnell -en esto coincide con el retrato de otros periodistas de la época- Johnson era desordenado y se aburría con facilidad ante temas complejos, pero el talento que le faltaba como reportero, le sobraba como parodista y comediante.

Así comenzaron a surgir las notas que hicieron su nombre describiendo a la Unión Europea como una burocracia demente que buscaba homogeneizar todo y no se detenía ni siquiera ante la búsqueda de un estandar único para el tamaño de los condones. La mayoría de las notas eran caricatura contrabandeada como información, pero tuvo un enorme impacto en el periodismo, la política británica y un Partido Conservador traumatizado por la renuncia de Margaret Thatcher. La hipérbole no lo abandonó cuando convirtió a la política en su principal ocupación (aún sigue escribiendo columnas para el Daily Telegraph). En la campaña para el referendo del Brexit de 2016, decidió a último momento apoyar la salida de la UE y se puso al frente de algunas de las aseveraciones más extravagantes, como que el Reino Unido ahorraría 350 millones de libras por semana dejando el bloque europeo, millones que podrían invertirse, según él, en el Servicio Nacional de Salud.

Considerado uno de los peores cancilleres de las últimas décadas, no aportó mucho al debate del Brexit durante los dos años en que estuvo al frente de la política exterior bajo Theresa May, salvo una frase célebre, en referencia a la negociación de un acuerdo entre el Reino Unido y la UE. Según Johnson, no había nada que elegir en la negociación porque a él le gustaba tener la torta y comérsela ( “have the cake and eat it”: tener todos los privilegios del club europeo, pero ninguna obligación). Con la misma ligereza, dijo en una entrevista con la BBC que Nazanin Zaghari-Ratcliffe, una británico-iraní encarcelada en Teherán estaba enseñando periodismo, afirmación que las autoridades en Irán usaron como prueba para mantenerla detenida. En la constelación Boris, las palabras tienen un valor caprichoso, similar a la definición de Humpty Dumpty en "Alicia en el País de las Maravilla": "when I use a word it means just what I choose it to mean" (cuando uso una palabra, esta significa lo que a mí se me ocurre). En el mundo de Alicia o del inconsciente freudiano es una fórmula intrigante. En el reino de la política económica y diplomática una invitación al desastre.