El primer debate presidencial por ley en Argentina fue, en verdad, un cúmulo de monólogos acartonados, donde cada candidato presentó sus propuestas ya repetidas a lo largo de sus campañas.
El formato estanco del debate presidencial, que tuvo su primera versión en el Paraninfo de la Universidad Nacional del Litoral, demostró que cada participante se limitó a repetir anuncios ya conocidos por todos, de allí el bajo nivel de medición de rating a lo largo del país.
La imposibilidad de realizar preguntas, por acuerdo mutuo entre los candidatos, demostró, una vez más, la actitud timorata de los participantes que siguieron un libreto del que fue difícil desprenderse.
Más allá de algunas acusaciones y cruces menores, el debate presidencial dejó claroscuros a poco menos de dos semanas de las elecciones definitivas. Entre propuestas impracticables y las utopías de siempre, el resultado del encuentro de ayer, fue más un simulacro que una responsabilidad política.
El debate televisado demostró, nuevamente, aquello que las teorías de la comunicación ya conocían desde hace más de medio siglo, que los mensajes de los candidatos apuntan sólo a sus grupos de pertenencia.
La necesidad de una discusión verdadera es la piedra de toque para superar problemas estructurales que tienen larga data y que, evidentemente, no se superarán con una exposición guionada de treinta segundos.
Los actores, que se verán las caras la semana próxima en la ciudad de Buenos Aires, llevarán, probablemente, los mismos libretos.