La gran distancia temporal entre la elección del Gobernador y su asunción, deja en evidencia la posibilidad de los últimos manotazos de ahogado del oficialismo. El limbo entre la transición de gobierno demuestra que, en la nueva reforma constitucional, deberá repensarse los lapsos de las elecciones y la toma de posesión del traspaso.
Las acusaciones de Omar Perotti hacia el actual Gobernador, Miguel Lifschitz, sobre el cumplimiento efectivo de aquello que acordaron el 19 de septiembre pasado, continúan repitiéndose.
Aquella reunión parecía haber sentado las bases de una transición tranquila y prolija entre el equipo técnico del rafaelino y los funcionarios socialistas. Sin embargo, con el correr del tiempo, las palabras fueron olvidándose y los acuerdos desdibujándose.
Las rispideces continúan, sobre todo, producto del desconocimiento efectivo de las designaciones en planta permanente dentro de las estructuras del Estado. Al mismo tiempo, el avance de licitaciones parece no haber cesado.
La pérdida del poder provincial repercutió fuerte en Rosario, el último bastión socialista, donde en el primer semestre ya gastó la partida destinada para la totalidad del año y donde el pedido por un nuevo desembolso se encuentra a la vista de todos.
Finalmente, los acuerdos que parecían pactados terminaron por demostrar su nulidad cuando la bancada del justicialismo se retiró del recinto legislativo al negarse a tratar el Plan Abre, cuestionando al frente progresista de intentar debilitar la economía y estabilidad del próximo gobierno.
El escenario se complejiza y manifiesta que la convivencia política es menos un cúmulo discursivo, que estrategias interpersonales donde cada sector busca retener aquello que no le pertenece.
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