Según Umut Özkirimli, ninguna doctrina política ha jugado un rol más determinante en
la construcción del mundo moderno que el nacionalismo, en la medida en que ha sido
decisivo para la creación de algunos Estados como Italia o Alemania, mientras que otros
(como por ejemplo los países latinoamericanos) han tenido que apropiarse de él para
poder sobrevivir en un sistema global tendiente al modelo de Estado-nación (Özkirimli
2000). Sin embargo y muy a pesar de su relevancia histórica, su desarrollo teórico es
más bien escaso y está plagado de incertidumbres.

Tanto el concepto de nacionalismo como el de nación son conceptos de naturaleza
multisemántica (Bergere Dezaphi 2018), es decir, no es posible reducir la nacionalidad
(ni la nación, para lo que nos atañe) a una sola dimensión, ya sea ésta política, cultural,
religiosa, étnica o de cualquier otro tipo (Hobsbawm 1990). Sin embargo, éstos
conceptos se utilizan hoy en día con tanta ambigüedad que han sido completamente
vaciados de contenido y, por ello, resulta muy difícil acercarse a una definición concreta.
Siguiendo a Benedict Anderson, la nación se entiende como una comunidad política
imaginada como inherentemente limitada y soberana (Anderson 1983, 24-25). Cuatro
conceptos fundamentales se desprenden de esa definición. En primer lugar, debemos
comprender a qué se refiere Anderson cuando habla de “comunidad imaginada”. La
comunidad es imaginada porque por más pequeña que sea, sus miembros jamás
llegarán a conocer a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán hablar de
ellos y, sin embargo, sigue existiendo en sus mentes la imagen de comunión. Cada uno
“tiene una confianza completa en la actividad sostenida, anónima, simultánea” de los
demás (Anderson 1983, 48). Incluso Wimmer se refiere a esta idea cuando explica que
la población llega a identificarse tanto con la idea de la nación como una “familia
extendida”, que los miembros de la misma sienten que se deben lealtad y apoyo los
unos a los otros (Wimmer 2019). Ahora bien, esa comunidad es, a su vez, limitada.
Ninguna nación se entiende a sí misma como universal, de hecho, es todo lo contrario.
La nación tiene, por definición, un componente de disgregación que tiende a incluir a unos y excluir a otros, pero también es soberana, en el sentido en que todas las naciones
aspiran a ser libres, y “la garantía y el emblema de esta libertad es el Estado soberano”.
Finalmente, la nación se percibe siempre en términos de fraternidad y comunión con los
demás. Esa fraternidad es, por obvias razones, horizontal, y alcanza a todos los
miembros de la misma. Esto, en palabras de Anderson, “es lo que ha permitido que
tantos millones de personas maten y, sobre todo, estén dispuestas a morir por
imaginaciones tan limitadas” (Anderson 1983, 25).
Esta idea de una nación inventada o imaginada es seguida también por Eric Hobsbawm.
En oposición a autores como Walter Bahegot, que sostenían que las naciones “son tan
antiguas como la historia” (Bahegot 1872), Hobsbawm argumenta que el sentido
moderno de la palabra no se remonta más allá del siglo XVIII, lo que nos pone ante una
paradoja: las naciones modernas reclaman ser lo opuesto a la novedad. “Buscan estar
enraizadas en la antigüedad más remota, y ser lo contrario de lo construido, es decir,
buscan ser comunidades humanas tan naturales que no necesiten más definición que
la propia afirmación” (Hobsbawm y Ranger 1983).
Éste es precisamente el papel del nacionalismo, que es, desde la perspectiva de
Hobsbawm, Anderson y otros autores críticos, quien crea la nación. En palabras de
Hobsbawm, “las naciones no construyen Estados y nacionalismos, sino que ocurre al
revés” (Hobsbawm 1990). Así, mientras la nación puede entenderse como una
estructura imaginada o incluso un mito, el nacionalismo que inventa, transforma y
destruye las naciones según su conveniencia, es una realidad (Gellner 1983).

Nacionalismos en el siglo XXI: un abordaje desde la teoría crítica

 

Nacionalismos en el siglo XXI: un abordaje desde la teoría crítica
Por Evangelina Chiaraviglio

El mismo se encuentra publicado en el sitio web del Observatorio de Política Internacional de la UCSF.