Si bien sabemos que es importante para nuestro estado general estar rodeados de afectos, está comprobado que lo que tiene relevancia no es estar solo, sino sentirse solo. Esto afecta el funcionamiento del cerebro y la capacidad cognitiva de las personas. Además, influye en otros aspectos como el descanso y la forma en la que nos alimentamos.

"La vivencia de soledad subjetiva tiene un peso comparable a fumar 15 cigarrillos al día o ser obeso", explicó Álvaro Pascual-Leone, neurólogo y catedrático de la Universidad de Harvard, en entrevista con el medio español La Vanguardia.

Algunos resultados que se obtuvieron en estudios neurocientíficos de Barcelona indican que la forma de alimentarnos, la actividad física y el sueño representan aspectos importantes en la vida de una persona, pero éstos están fuertemente vinculados a no sentirse solo y a tener una razón de vivir.

“Ambos acaban siendo mediadores de los otros hábitos. Aquel que tiene un plan vital definido, algo que le hace vivir y que le trasciende, que se proyecta en el más allá, en los otros, en el bien común, se puede permitir, entre comillas, dormir menos o hacer menos ejercicio porque el impacto negativo de esos malos hábitos es menor”, explica Pascual-Leone en la nota.

El cerebro sano predispone a una mejor salud, como por ejemplo el funcionamiento correcto de los órganos. La frase “cuerpo sano, mente sana” es correcta, pero también funciona al revés.

Es importante saber que este órgano dedica más de la mitad del tiempo a controlar o monitorizar lo que sucede en nuestro cuerpo y a actuar sobre ello y no a vincularnos con otros y con el mundo externo.

Esa actuación puede ser positiva, pero si es negativa puede causar enfermedad. “Si tenés un cerebro que funciona mal, al final el resto de tu cuerpo funciona mal”, asiente el neurólogo. Las personas que tienen ansiedad, depresión, o enfermedades varias en esa zona, tienen más probabilidades de úlcera, dolores y problemas crónicos.

El médico explica que si se practican buenos hábitos de manera correlativa se provocaría una buena salud a nivel cerebral: si una persona tiene hipertensión, diabetes o incluso cáncer, está en peores condiciones de sobrellevar la enfermedad.

Aún es muy pronto para afirmar que el cerebro tiene el poder de curarnos, ya que la evidencia no es consistente. Pero en “un cerebro sano, más la suma de hábitos sanos, el riesgo de contraer la infección es menor y la capacidad de llevar la enfermedad es mejor”, explica el neurólogo.

Opinión local

“Está demostrado desde las neurociencias que nuestro cerebro tiene capacidades como la neuroplasticidad y la empatía, esto genera necesidades que requieren si o si de una red social para potenciarse, ordenarse, estimularse y, por ende, desde ese entramado, acceder más eficazmente a la cura”, explica a Con Bienestar María Gabriela Coffey (M.N. 18.976) licenciada en psicología.

Los pacientes que no tienen un círculo de contención tienen un peor pronóstico que aquellos que tienen una familia o amigos que los acompañan. “La primera red es la familia, pero no es la última. El andamiaje social se puede reconstruir en todo momento de la vida. Es ahí por donde hay que empezar para reconstruirnos a nosotros mismos y así es más fácil transitar los cambios y las pérdidas”, cuenta Coffey.

La licenciada explica que un duelo atravesado en soledad no será igualmente elaborado si se transita con otros que están presentes brindando apoyo. “El cerebro puede nacer con mayor o menor capacidad de acomodación a todo tipo de situaciones de carencia cognitiva o de cualquier esfera vital, pero sin el espejo de los otros esta capacidad no se activa ni se desarrolla en su máximo esplendor para lograr cambios superadores”, indica.

Estar con un otro no necesariamente interactuando sino a veces estando en silencio y escuchando puede ser un alimento para el fortalecimiento psíquico y una manera de empezar.

En cuanto a la formación de nuevos vínculos, la psicóloga explica: “No debemos exigirnos si perdimos la costumbre. Empezar por frecuentar lugares donde hay gente (plaza, librerías, restaurantes) y sentarse en medio solo puede ser el principio del cambio. A veces confundimos interacción con una participación activa en la búsqueda del otro, y por ello, nunca se empieza por creerla. Es necesario ir gradualmente incorporando la costumbre de estar con los otros”.

Además, señala que la soledad quita posibilidad al desarrollo de la palabra y la expresión de la emoción y que aquello que queda capturado en el cuerpo sin ser simbolizado, puede buscar hacerlo a través de la enfermedad: “Un tratamiento psicoterapéutico puede ser el primer eslabón para aprender a recorrer ese camino de aproximación hacia el otro con un empuje guiado y vital”.