Lo dijo Hipócrates (médico de la antigua Grecia) hace miles de años: “Que la comida sea tu alimento, y el alimento la medicina”. Es importante apoyar la idea de que, cuando comen bien, las personas se mantienen más saludables, tienen más probabilidades de controlar las enfermedades crónicas y, tal vez, incluso exista la posibilidad de evitarlas por completo.

Comer sano, no solo por prescripción médica

Hay planes nutricionales basados en los diferentes estilos de vida para tratar, por ejemplo, enfermedades cardíacas. Muchas de las víctimas de episodios cardiovasculares debieron volcarse hacia una dieta baja en grasa, incluyendo ejercicio regularmente, evitando el cigarrillo y bajando los niveles de estrés a través de la meditación y fortaleciendo sus conexiones sociales.

Diversos estudios clínicos observaron que la mayoría de quienes formaron parte de este nuevo plan, redujeron sus niveles de azúcar en sangre, mejoraron la presión arterial y revirtieron algunos de los bloqueos que afectaban sus arterias. Existen más de estos ejemplos y todos coinciden en que la manera de alimentarse es el mejor seguro de vida.

Estas exitosas experiencias radican en un equilibrio alimenticio, combinado con horas de sueño, actividad física, menos estrés y más momentos de relaciones afectivas. Todo ello por supuesto, a costa de dejar de recetar fármacos.

En los últimos años, se publicaron infinidad de entrevistas con títulos tan sugerentes como “Por qué la comida podría ser la mejor medicina de todas” (Time), “Para tratar las dolencias crónicas, primero arregle la dieta” (The New York Times), “¿Es la comida medicina?” (The Guardian) o “Alimentos que a la vez son medicina” (CNN), que incluyen distintas experiencias de pacientes que le dieron prioridad para incorporarlos a su dieta.

El poder de la comida como medicamento ganó credibilidad científica en 2002, cuando el Gobierno de los Estados Unidos publicó los resultados de un estudio que enfrentó un programa de dieta y ejercicio a un tratamiento farmacológico para combatir la diabetes tipo dos. ¿Cuál fue el resultado? Entre las personas con alto riesgo de desarrollar la enfermedad, las que tomaban metformina (fórmula que disminuye la absorción de azúcar de los alimentos y la producción de glucosa en el hígado) redujeron su riesgo de contraerla en un 31 por ciento en comparación con las que tomaban un placebo, mientras que quienes modificaron su dieta y lo combinaron con la práctica regular de ejercicio bajaron su riesgo en un 58 por ciento sobre las que no cambiaron de hábitos (casi el doble).

“Estos pacientes tenían a un nutricionista junto a ellos durante toda la semana. Lo que está claro es que la suma de dieta y actividad física es una herramienta de prevención de la diabetes o la obesidad muy potente, porque así disminuyeron su peso”, señaló Susana Monereo, secretaria general de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO).

Ningún alimento tiene poderes sobrenaturales

No esperes que uno (o un pequeño grupo) mejore tu salud significativamente. Esto es así por tres razones: porque es muy difícil individualizar la acción de un solo producto; porque debería consumirse a lo largo de muchísimos años para que realmente tuviera algún efecto, no durante unos pocos días o semanas, y porque la mayoría de los supuestos beneficios que proclaman se basan en experimentos realizados con ratones. Es decir, al margen de unas pocas investigaciones, son muy pocos los estudios que consiguen extraer conclusiones categóricas sobre las relaciones causa-efecto entre alimentos y curación de enfermedades.

A pesar de ello, en vista del lento progreso de los tratamientos farmacológicos en enfermedades relacionadas con la alimentación, como la ya mencionada diabetes tipo 2, trastornos coronarios, hipertensión e incluso el cáncer, un número creciente de médicos y hospitales están poniendo el foco en la comida como antídoto. Y una idea se está propagando por todo el mundo: muchos médicos de hoy prestan demasiada importancia a los remedios farmacológicos (¿por conocerlos muy bien?) y muy poca a la nutrición. “En primer lugar, recetan un medicamento y luego, valoran el estilo de vida, pero su primera pregunta nunca es: '¿Come usted bien?”, cuestiona la dietista y nutricionista Griselda Herrero.

Cansados del engaño de los fármacos

“Hay indicios de que muchos de nosotros estamos hartos de un sistema médico en el que se utilizan medicamentos (no siempre eficazmente) para aliviar los síntomas de una mala dieta. ¿No sería mejor probar una forma de alimentarse que reduzca, en primer lugar, las posibilidades de enfermar?”, indica un artículo de The Guardian que aborda este tema.

Mientras la calidad de vida está, en general, mejorando, las dietas empeoran a pasos agigantados, hasta el punto de que lo que comemos ahora es una causa mayor de enfermedad y muerte que incluso el alcohol y el tabaco. Así, de lo que no hay duda es que al igual que comer deprisa y mal, y abusar de los productos ultraprocesados lleva a medio plazo al padecimiento, comer bien, sabroso y sano, tanto en cantidad como en calidad, contribuye a gozar de mayor bienestar y a mantenerse lejos de los hospitales.