Altamirano tenía 28 años, vivía en la zona oeste de Rosario, tocaba en una banda de punk rock y hacía malabares. El 1º de febrero de este año fue brutalmente asesinado a quemarropas tras ser bajado de un vehículo frente a la cancha de Newell’s.

Los fiscales mantienen la teoría que la vida del joven fue usada para dar un mensaje mafioso, ya que no pudo encontrarse ninguna vinculación con la economía delictiva y el mundo del narcotráfico.