El artista Carlos Regazzoni , conocido por sus trabajos con desechos de material ferroviario , falleció esta mañana a los 76 años en el Hospital Italiano, donde estaba internado como consecuencia de una enfermedad con la que venía luchando los últimos meses.
Sus obras con chatarra reciclada se esparcen en el país y el exterior con un sello inconfundible. Toneladas de metal que como una especie de collage a gran escala toman formas de animales, personajes de la literatura, insectos y héroes, modelados por el artista nacido en Comodoro Rivadavia en 1943.
Dinosaurios, aviones, hormigas y Quijotes son emblemas de ciudades como Pico Truncado, Bariloche, Azul, Neuquén, Ushuaia, Esquel, Balcarce. Muchas de estas piezas fueron realizadas con ayuda de jóvenes del lugar, que lo despiden en redes con imágenes de sus obras.
Su atelier, en los galpones y vagones de tren en la terminal ferroviaria de Retiro ha sido usina de todas sus pasiones desde 1984. Junto con su taller metalúrgico, había una especie de granja y huerta, que preveía a su bodegón, El Gato Viejo, donde el propio artista cocinaba. Su estilo se expandía en todo: platos voluptuosos, rejunte de muebles, rollos de papel higiénico como servilletas y incursiones de gallinas entre los comensales.
Como en su vida, no había límites entre los ambientes, y todo era taller, granja, comedor. Todo era para él expresión de su arte. El enclave estaba en el límite difuso entre el Barrio 31 y Recoleta: Ragazzoni tampoco podía encasillarse en un sólo ambiente. Un chatarrero con castillo en Francia, creador de hormigas gigantes que trepan una torre en Avenida Del Libertador y artesano de empanadas de avestruz, cazador de jabalíes en Balcarce.
Se había formado en la Escuela Superior de Bellas Artes Manuel Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires, pero abandonó en primer año y siguió toda su vida de manera autodidacta. El crítico Raúl Santana fue uno de sus grandes impulsores, lo mismo que el francés Pierre Restany. Regazzoni tenía un mal carácter legendario, que blandía para combatir hipocresías.
La última gran muestra en Buenos Aires fue en el Paseo de las Esculturas, que reunió tres grandes serie y obsesiones de toda su obra. Una flota de aviones rendía homenaje a la Aeroposta Argentina y a Antoine De Saint Exupéry. Estaba la recreación del último malón de Azul de 1876, con un cacique montando a caballo dispuesto a la pelea acompañado de sus hombres, y un grupo de aborígenes en estado de alerta esperando la llegada de la cautiva. En el Rancho de los esteros desplegaba su devoción por los animales, con especies autóctonas de los esteros: avestruces, ñandúes, charitos (un ave) y yacarés.
En una entrevista reciente se describió así: "Soy justiciero. Muy, extremadamente, sensible. Autodestrucción. Todo el tiempo hago cosas en contra mío. Peleador. Como dijo una vez un amigo poeta, que ya murió: "Carlos Regazzoni: flaco, anarco, turro y cagador. Cuando hay que serlo". También dijo que sus últimos 30 años tuvieron un solo objetivo: "La búsqueda de la belleza, un desafío a lo desconocido".