Es que por las venas de Karen Vénica, la temible y habilidosa volante de UAI Urquiza que acaba de conseguir su cuarto título consecutivo de los cinco que tiene el club de Villa Lynch, más que sangre circulan pelotas de fútbol. Esas que pateó por primera vez a los 10 años, cuando después de mucho insistir, su hermano mayor, Emanuel, la dejó jugar en un picadito entre hombres en su pueblo natal de Guadalupe Norte, en Santa Fe. Esa tarde, la frágil rubiecita jugó tan bien que tanto a su hermano como al resto de sus amigos no les quedó más remedio que dejarla jugar con ellos todas las tardes, después de regresar de la escuela y hacer los deberes.
De ahí en más, y hasta sus actuales 27 años, su vida pasó, pasa y, según ella misma lo afirma, seguirá pasando hasta que el físico no le responda más, por jugar al fútbol. “El fútbol es mi vida, siempre quise jugarlo y, gracias a mi hermano Emanuel y al resto de mi familia que siempre me apoyó, acá estoy: festejando mi cuarto título consecutivo en este club maravilloso al que llegué en 2014 desde mi Santa Fe, con muchas ilusiones y sueños. Pero jamás pensé que me iba a ir tan bien. Todo esto me parece un sueño hermoso”, cuenta quien, tras arrancar su carrera en el Club Atlético Guadalupe Norte, pasó por el club Futuro y por la Universidad Nacional del Litoral, todos de la provincia de Santa Fe.
Hasta que en 2013, el entonces técnico de UAI Urquiza, Diego Guacci, le ofreció venir a Buenos Aires a cambio de un departamento donde vivir, una beca y un viático. Obviamente, acostumbrada a no ganar un solo peso, mucho menos a que le pagaran un alquiler, después de consultarlo con su familia, la rubia hizo las valijas y se lanzó a la conquista de su sueño de convertirse en una jugadora reconocida. “Siempre le voy a estar eternamente agradecia a Diego por haber confiado en mí, y a este club, que me abrió las puertas de par en par desde el primer día que llegué”, confiesa, emocionada.