No importa cuán proactivos y optimistas hayamos sido, hace poco más de un año la vida de la humanidad cambió abruptamente cuando de repente todo perdió su orden. La culpa de esa anomia y sus consecuencias individuales y sociales la tiene, ya lo sabemos, la estrella de estas últimas temporadas: el coronavirus.
Daniel Alejandro Fernández, psicólogo (M.N. 41.671) amplía este concepto: “Los seres humanos somos proclives a buscar siempre cierto grado de certidumbre, lo necesitamos para resguardar nuestra salud mental. Dicha certidumbre nos hace sentir cómodos y seguros, lo cual nos permite planificar y proyectar a futuro. Ahora bien, cuando la incertidumbre respecto a la duración de la pandemia y a las consecuencias económicas que podría acarrear se prolonga demasiado en el tiempo, es inevitable ser víctima de cierto grado de estrés”.
Daniel Fernández compara la situación con la de un duelo en el que tenemos que aceptar y soltar la antigua normalidad y asumir que hay factores externos que no podemos cambiar.
Y, no hace falta decirlo, la pandemia nos sometió a un estrés sostenido en el tiempo, y cuando esto ocurre podemos empezar a sentirlo desde lo orgánico, lo psíquico y lo emocional y donde más lo notamos es en el estado de ánimo. Ante este cuadro, la pregunta que solemos hacernos es ¿qué nos pasa? Damián Supply, psicólogo (M.N. 44.122), coordinador de talleres en el área de Prevención y Promoción de la Salud del Hospital Italiano, nos aproxima a la respuesta: “Lo que más nos afecta es la constante limitación en la que vivimos, donde toda nuestra vida está atravesada por la pandemia. Ese desgaste, que conlleva el esfuerzo de adaptarnos, hace que seamos mucho más vulnerables al entorno y a lo que nos pasa. Ese agotamiento mental y físico se siente”.
Los que tenemos trabajo nos tenemos que acomodar a nuevas reglas, los que no, nos sumimos en la angustia; los vínculos pasaron a ser virtuales, ya no hay abrazos ni besos; todo destila un aroma aséptico (mezcla de alcohol y lavandina) que se traslada a todos los ámbitos e impacta en el pensamiento y la autoestima. Todo se ve diferente.
“Ante la incertidumbre permanente y el estrés consecuente, la angustia y los estados depresivos son uno de los resultados más esperados. A raíz de esto, es factible experimentar cambios en la personalidad. El más frecuente será sentirnos invadidos por temores y por un profundo desgano. También podríamos recaer en interrogantes existenciales y dudas respecto a aquellos vínculos que, antes de la pandemia, parecían haber sido gratos. Es decir que hay una pérdida de objetividad. Y es que, quien se encuentra mal, tiende a ver mal todo lo que lo rodea aunque en verdad esto no sea cierto. Es posible además que caigamos en una crisis existencial y nos cuestionemos nuestras elecciones pasadas y nuestro presente, pero desde luego que no es el mejor momento para extraer de dicha crisis alguna conclusión confiable”, aporta Fernández.
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Hasta aquí lo que muchos experimentamos, pero como nada dura para siempre (y les aseguro que es así), por suerte todos tenemos recursos (aunque nos los veamos) para superar estos estados y lograr tener una actitud positiva, con o sin virus en el camino.
Daniel Fernández compara la situación con la de un duelo en el que tenemos que aceptar y soltar la antigua normalidad y asumir que hay factores externos que no dependen de nosotros y que no podemos cambiar.
Sin embargo, hay mucho que podemos modificar y en estos momentos, es saludable enfocarnos pura y exclusivamente en eso y quizá, sería bueno comenzar “parando la pelota”. “Lo primero a tener en cuenta es no tomar decisiones apresuradas y terminantes respecto a ninguno de nuestros vínculos actuales ni respecto a proyectos personales. No es el momento para decidir, dado que nuestra objetividad está perturbada por nuestro malestar”, aconseja Fernández.
Y luego, el psicólogo apunta a que nos concentremos en lo que nos da placer: “En todo caso, es un momento mucho más conveniente para procurar reconectar con nuestros deseos perdidos o con alguno nuevo. Por ejemplo, sacar de la galera algún antiguo pasatiempo que otrora disfrutábamos. ¿Te gustaba pintar? ¿Escribir? ¿Tocar algún instrumento? Pues es el momento de ponernos en modo avión y apostar a disfrutar, al menos hasta que la tormenta de la incertidumbre haya pasado. ¿Sentís que no querés perder el tiempo? Entonces, tal vez puedes hacer un curso online sobre algún tema de tu interés y así sentirás que continuás siendo productivo”.
También el contacto con la naturaleza, un buen libro, serie o película y todo lo que nos desconecte de la realidad más dura y de los medios de información, aunque sea por un rato, nos puede ayudar a cambiar el “chip”, sintonizar otra onda, restaurar y recargar mente y espíritu para poder enfrentar no solo esta pandemia sino cualquier crisis que se pueda presentar en nuestra vida.
Fuente: Con Bienestar